sábado, 15 de septiembre de 2012

Héroes y villanos de Navarra. 1512-2012. Nuestros héroes olvidados

Torre de San Pedro desmochada. Se puede ver que era una torre más alta y que fue seccionad, eliminado los elementos defensivos

El vaho de la ventana impedía ver el exterior, pero en la esquina de la parte superior izquierda, la humedad  luchaba
 sin conseguir condensarse y dejaba ver los copos de nieve que se alborotaban contra el cristal.


Tocando una madera oscurecida por el tiempo, emparejado sin remedio en mesas de dos en dos, con mi goma “Milan” guardada en el hueco, donde en tiempos debió haber habido un tintero, escuchaba con emoción la valentía de esos tres héroes castellanos, Padilla, Bravo y Maldonado (comuneros), ejecutados por sublevarse contra un rey extranjero. D. Alberto nos leía el libro de texto y nos indicaba que eso sucedió en Castilla, cerca de Villalar en 1521.

En el mapa del libro de Historia dibujaban Navarra como reino anexionado a Castilla. Una flecha señalaba lo que parecía un intento de invasión de los franceses en 1521. Nada más. En el recreo todos queríamos ser los comuneros y con palos jugar a la batalla de Villalar. Pero nos hubiera gustado más ser los heroicos navarros que luchaban contra reyes extranjeros. Al parecer no había más héroes navarros en esas fechas que San Francisco de Javier que se fue a la China. Realmente no nos daba por jugar a misioneros que convertían a los chinitos. Como mucho, nos identificábamos con Javier, echando unas monedas en la ranura abierta en la cabeza de un chino que el profesor tenía en su gran mesa.



Un día nos fuimos de excursión al castillo de Javier. El autobús serpenteaba torpemente entre las curvas, de pronto las torres almenadas se dejaron ver. Nos pegamos codazos por tener un trozo de ventanilla. Allí estaba, tan fuerte, tan majestuoso, con muchas torres y un gran foso alrededor. ¡Nos fascinó!

Mi compañero Miguel se extrañó, -¿Pero para qué quería un santo un castillo? Iniciamos una visita guiada por un jesuita y nos sorprende con que la torre mayor era mucho más alta y que fue mandada derribar por el cardenal Cisneros. Nos miramos unos a otros y coincidimos en odiar a tan nefasto cardenal. Aunque D. Alberto nunca nos habló de él, ni el libro de texto decía nada de haber mandado derribar los castillos de Navarra, todos habíamos oído contar a nuestros abuelos y padres que fue este eclesiástico y su esbirro coronel Villalba quienes ordenaron desmochar la torre de San Pedro de la Rúa. La vuelta a casa se desarrolló con los cánticos habituales, “conductor acelere...” o “vamos a contar mentiras”. En ese momento se me pasó por la cabeza que por alguna razón en el libro de Historia “por el mar corrían las liebres y por el monte las sardinas”.



A falta de héroes los navarros, no cabe duda de que teníamos villanos. En una escapada al monte, un grupo de niños descubrimos un angosto paso junto a la basílica del Puy. Primero nos encontramos con una inscripción de piedra que señalaba ese lugar, como en él que se encontró la imagen de la virgen robada. Nos asustamos mucho ya que esto nos recordó las manos cortadas de los ladrones que se habían convertido en piedra. Más adelante, abriéndonos paso entre la maleza llegamos a la parte trasera de la iglesia. Nos creíamos solos fuera del alcance de cualquier mirada en un sitio tan apartado y escondido, cuando nos sobresaltó una placa de bronce que indiscreta, despistaba nuestros propósitos de clandestinidad. Lo decía bien claro, allí, el nefasto Maroto había fusilado a los generales carlistas. Pero, ¿Por qué nunca Don Alberto nos contaba la Historia que nos interesaba? Ya teníamos otro nefasto. Todos habíamos oído decir “ más traidor que Maroto” Ahora comprendíamos que Maroto existió y que debió vivir en Estella. Nos preguntábamos, los navarros héroes no teníamos pero ¿Cuántos traidores nefastos podríamos llegar a contar? 

Torre de San Miguel. Se le ha eliminado las almenas, matacanes y otros elementos que hacían de la iglesia una fortaleza

Nos parecía evidente que Don Alberto se iba a enfadar mucho si le comentábamos estos temas. Por alguna razón que no entendíamos, ni el libro ni el maestro, querían hablar de nuestros héroes o villanos. Teníamos que mantener en secreto nuestras averiguaciones. Otro día, un compañero nos añadió otro villano que todos enseguida reconocimos. Su abuelo le había dicho que si hablábamos de traidores, el más importante era el conde de Lerín. ¡Claro que sí! Nadie sabíamos quién era ese conde pero todos habíamos escuchado en más de una ocasión que era un malvado.




Estando en casa de un amigo, jugando a Robin Hood, para representar un juramento medieval, cogimos de la estantería un libro que nos parecía muy antiguo. Era un volumen de color negro con decoración dorada en relieve, en el lomo. Al leer el título nos pareció curioso. “Geografía General del País Vasco Navarro” de Julio Altadill. En su interior impreso sobre papel satinado incluía una Historia de Nabarra de Arturo Campion. No cabía duda, ¡Esta era nuestra ocasión! Teníamos que encontrar a nuestros héroes. En efecto, Campión, nos sumergió en un nuevo mundo que había estado totalmente oculto. Juan de Jaso, padre de San Francisco de Javier, era un patriota navarro que luchó junto a su verdadero rey Juan de Labrit. Sus hijos Miguel y Juan de Jaso participaron en la defensa del castillo de Amaiur y más tarde en la resistencia de la fortaleza de Fuenterrabía. ¡Ahora entendíamos para qué necesitaban en castillo de Javier y por qué el miserable Cisneros había ordenado derribarlo! Quien siempre se había negado a aceptar al falso nuevo rey Fernando el Católico se llamaba Pedro de Navarra, mariscal. Asesinado en el castillo de Simancas por negarse a traicionar a los navarros. Pero lo que nos impactó más era que cerca de Estella había un castillo de los Belaz de Medrano que lideraron la defensa del castillo de Amaiur. En Iguzkiza, rebelde ante los vientos de la Historia permanecía en pie una parte de la fortaleza desmochada por Cisneros donde habían nacido Jaime y Luis Belaz de Medrano que murieron asesinados en el castillo de Pamplona.



El aire estaba enrarecido. Los bocadillos de tortilla, encima del radiador, impregnaban la clase de un denso olor. D. Alberto nos explicaba la defensa heroica de 1808 en Madrid de Daoíz y Velarde contra los franceses. Esperábamos con ansia el recreo. Con disimulo sacábamos la navaja que usábamos para jugar al dólar y con un pequeño roce en el mugre de la mesa ajada, escribíamos los nombres de Belaz de Medrano, Jaso, Pedro mariscal de Navarra. No queríamos que se nos olvidaran. En el descanso queríamos jugar a los nuestros. Ya no necesitábamos a Robin de los Bosques. Nos olvidábamos de Villalar y los comuneros. Nuestras nuevas batallas sería Noain, Amaiur y Fuenterrabía. Nuestros héroes, los navarros.